lunes, 7 de julio de 2014

SOBREVIVIÓ A DISPAROS, HOY ES CARDENAL

Testimonio de un amigo sacerdote brasileño que te servirá incluso de meditación. Hoy día es Cardenal, (desde 2011 Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica , es decir, ayuda al Papa directamente en el servicio de cuidar y atender a todos los religiosos/as, monjes/as del mundo). Ordenado Obispo en 1994, Joâo Bras de Avis fue de 2004 a 2011 Arzobispo de Brasilia. 
Esto nos escribió en 1999 hablando sobre la unidad y la oración, 
(aunque largo, es “alucinante”):
       «Salía de mi casa después del almuerzo para celebrar la Eucaristía en una capilla, a unos 130 kilómetros de distancia. Iba a mitad de camino, en donde tenía que dejar la parte asfaltada y tomar dirección por un camino de tierra, cuando vi sobre un pequeño puente un automóvil detenido y dos hombres inclinados sobre el motor. Como amenazaba
llover, me detuve y les ofrecí ayuda. Los dos se volvieron con las armas en mano: me pidieron las llaves del coche, el reloj, el dinero y me retuvieron con ellos.
     Colocaron los dos automóviles de tal modo que impidieran el tránsito. Después de algunos minutos llegó el furgón blindado de un banco y comenzó el tiroteo al estilo “Far West”. Los asaltantes no eran solamente dos, sino seis. El furgón, cercado por los cuatro lados, no podía seguir porque le dispararon a las llantas. Sin embargo los ladrones no lograban hacer salir a los guardias que se defendían desde dentro.

Entonces, uno de los ladrones, apuntándome con su arma, me dijo: “¡coloca las manos sobre la cabeza y ve a convencer a los guardias para que salgan del furgón!”. Le hice notar lo absurdo de esa intentona, pero fue inútil: “¡o vas o mueres!”.
Apenas hube dado los primeros pasos, partió desde el furgón un disparo doble de escopeta, que me
dio de lleno desde la cabeza a los pies y me tumbó por tierra.
Sentí un dolor muy fuerte en un ojo, que se me oscureció, en los pulmones y en el abdomen. Me salía sangre por la boca y no podía moverme por los dolores y, además, por el miedo de que me disparasen de nuevo para terminar de matarme. Los ladrones emprendieron la fuga en los dos vehículos más un taxi que interceptaron, para repartirse. Y le dijeron al taxista: “No nos hagas perder tiempo, que acabamos de matar a un sacerdote”. No se podía pensar otra cosa. Comenzó a caer una llovizna.
En ese momento sentí una profunda soledad, y lo absurdo de lo que estaba sucediendo. Pero al mismo tiempo experimenté la paternidad de Dios que me cobijaba. Todo se derrumbaba, pero permanecía la fe
en su amor: y Dios me daba la fuerza de ofrecer todo por la Iglesia, por la Obra de María… Ese sentido de soledad, ese sufrimiento humanamente absurdo, eran el rostro de Jesús crucificado y abandonado, y tuve la fuerza para abrazarlo enseguida y, tanto como me era posible, con alegría. En el fondo de mi corazón no sentía la angustia por vivir o morir, sino la certeza de que Dios haría lo que mejor conviniera.
Quedé dos horas por tierra, bajo la lluvia, sin poder moverme. Dos horas de intensa oración, en las que pedí a Jesús perdón por mis pecados, perdoné de corazón a los ladrones y a quien me había disparado...
Finalmente oí el ruido de un coche: el conductor se detuvo, pero, probablemente por el miedo, se fue rápidamente. Pasó otro coche, se detuvo y oí el comentario: “Aquí ha habido un violento tiroteo, y hay un muerto”, y se marcharon. Finalmente llegaron dos policías. Se acercaron con las armas empuñadas: entendí que me podían dar el “tiro de gracia” para acabarme, como en ocasiones hacen con los ladrones y, con un hilo de voz, alcancé a susurrar: “soy un sacerdote, no me maten”.
En el hospital el médico que me recibió hizo una observación humorística: “Me parece que han
exagerado con el plomo...”. En efecto, los rayos X revelaron 117 municiones, una que iba directa al corazón fue detenida por
un bolígrafo de metal. Otra me atravesó un ojo de lado a lado, y sin embargo no perdí la visión. Otra atravesó el intestino para detenerse luego en una vértebra, sin tocar la médula espinal. Tres horas en la sala operatoria para suturar el estómago y el intestino. Una traqueotomía para facilitar la respiración y después... todo en manos de Dios.
Los médicos dijeron que tenía muchas posibilidades de sobrevivir y que comenzaría a hablar después de tres o cuatro días. Pero a la media hora de haber salido de la sala de operaciones, ya estaba hablando con mi hermano sacerdote y con muchos amigos que habían venido de todas partes.
En un clima de gran serenidad, mi hermano me administró la Unción de los Enfermos.
Tiempo después recibí una carta de una joven que había participado de ese momento: “Hace mucho tiempo que estaba
alejada de Dios, pero aquella tarde en el hospital, viendo su paz, me di cuenta que sólo Dios podía hacer algo así. Entendí que todo lo demás no importa: ¡sólo Dios! Y quien le pertenece, transmite la paz. Había ido para darle una ayuda, pero en cambio ha sido usted quien me ha dado a Dios... Ha comenzado para mí una vida nueva”.
La noticia del incidente se difundió en breve tiempo por todas partes, dando inicio a una “competición” de amor. Médicos, enfermeras, religiosas, parroquianos… cada uno aportó su colaboración. Los sacerdotes hicieron turnos durante día y noche para que siempre estuviese alguien conmigo.
La recuperación de mi salud sorprendió a los mismos médicos, pero lo que más les sorprendió fue el amor fraterno que vivíamos entre los sacerdotes. El responsable del hospital nos comentó: “ni siquiera imaginaba que existiera una Iglesia así, donde todos se aman como hermanos”.

El Obispo siempre estuvo presente con su amor
de padre, y al día siguiente vino a visitarme para comunicarme también los saludos y las oraciones de toda la comunidad diocesana. Las hermanas del hospital y las enfermeras, que se sentían como aplastadas por el clima de violencia que se había desatado durante los últimos años, después me escribieron: “Lo que hemos visto nos ha hecho reflexionar. Mira -nos hemos dicho- qué bella es la Iglesia de la unidad”.»
(Publicado en revista Gen's - Traducción mía) 
Card. Joao B. de Aviz ante la tumba de "Luminosa" Bavosi
en el Centro Mariápolis de Las Matas (Madrid)
Abril 2012


Info sobre el libro-entrevista con su biografía en español 




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